Hoteles en Finisterre
Hotel Arenal reabre sus puertas para intentar ser un referente en Costa da Morte y Finisterre. Ya tiene disponible online su web http://www.hotelarenal.es
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Casas Rurales Costa da Morte
Si estás de vacaciones en Semana Santa, al acercarte a Costa da Morte podrás disfrutar de una amplísima oferta cultural y de ocio. Sin ir más lejos, en Camariñas tiene lugar uno de los grandes encuentros de relevante repercusión nacional e internacional. La XX Mostra do Encaixe de Camariñas, llega de nuevo con sus desfiles, expositores y actividades. Los apasionados de la moda y la costura no podéis perderos este evento. Toda la información pinchando aquí.Dumbría, destaca esta semana por encarnar uno de los espectáculos naturales más atractivos de la región. La Cascada del Ézaro, abre sus compuertas del viernes al domingo en horario de 12h00 a 14h00 (consulta aquí la información).
Desde el viernes 26 de marzo hasta el lunes 5 de abril, Fisterra se alza como la protagonista en Costa da Morte, estando su Semana Santa declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional. Representaciones, religiosas, actos e incluso orquestas hacen que esta Semana Santa en Fisterra sea todo pasión. Más información aquí.
El viernes 2 de abril Muxía celebra su particular encuentro gastronómico con la XIV Festa do Congro, su muestra de artesanía y mucho más. Más info.
El ayuntamiento de Vimianzo, llega con un amplio abanico de propuestas que van desde exposiciones de arte sacro hasta visitas al castillo. Toda la información aquí
O esquecemento do Camiño Xacobeo a Muxía
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O CAMIÑO Xacobeo de Santiago a Muxía está sendo esquecido por parte de institucións e asociacións en beneficio de potenciar o que vén de Santiago a Hospital (Dumbría) e vai deica Fisterra para logo dirixirse pola costa ata Muxía, o que era coñecido como camiño complementario.
A pesar diso, dende o século XII ata os nosos días siguen chegando á vila da Barca peregrinos polo que se coñecía como o Camiño Real a Muxía, sendo ducias de miles os días anteriores á romaría da Barca.
O historiador Xosé Antón Castro recolle no seu libro Muxía, finisterre da ruta xacobea e santuario de culto ás pedras datos moi significativos da importancia que tivo este camiño ao longo dos anos, nos que recolle aspectos como os restos dun hospital de peregrinos en Nosa Señora da O, do ano 1630. Así mesmo atopábase outro hospital ao carón da igrexa de Santa María de Muxía.
Neste libro fai un traballo completo da importancia do camiño a Muxía, e aparece unha cantiga anónima do século XVI que di: «Polo tempo en que Roldán/ chegara de Roncesvalles/ chegouse de cara o mar/ e na Pedra d’abalar/ cantou con sete xoglares/ as cancións de venerar/ a María nos altares/ para a Santiago alegrar».
O Camiño Real a Muxía está presente nos libros de historia, tanto da vila coma nos da ruta xacobea.
Xan Fernández Carrera e Enrique Rivadulla foron os encargados de facer o traballo sobre a Muxía xacobea, cando se nomeou a Romaría da Barca como de interese turístico nacional. Nun dos seus libros recollen un documento do ano 1119, do rei Afonso VII, dunha doazón feite ao mosteiro de San Xiao de Moraime, no que aparece a primeira alusión aos peregrinos en Muxía, así como o relato dun peregrino no 1446. Dende que a partires do século XII as peregrinacións a Santiago se intensifican e universalizan, despois da exaltación que o pontífice Alexandre III fai do xubileo compostelán, cando lle ofrece aos peregrinos indulxencia plenaria e remisión dos seus pecados, comézase a ter noticias da chegada de peregrinos a Muxía.
O Camiño Real
Ata os nosos días mantívose o nome de Camiño Real a Muxía, o que vén de Santiago a Hospital, Dumbría, Trasufre, Vilastose, Fumiñeo, Ozón, Moraime e remata en Muxía, xunto ao santuario da Barca, tras pasar por lugares tan significativos como o Camiño da Pel, ao carón do baño da pel , onde se lavaban os peregrinos e descansaban na sala do perello , unha evolución da palabra peregrino.
Polo tanto, non se explica como por promocionar o Camiño a Fisterra-Muxía, que nos documentos sobre os camiños aparece como complementario e que é tan importante como calquera outro, se deixa de lado o directo a Muxía. Tendo en conta que está aí dende tempos inmemoriais e que a lenda da Barca explica porque aí está o final da ruta xacobea.
Agora si que é o fin da terra
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Fisterra nunca durmió tanto. Comienza a moverse cuando el sol está ya bien alto. Poco más de cien días atrás, la rutina arrancaba a plena luz de la luna. A las cuatro de la madrugada, las cinco a lo más tardar, el puerto era un hervidero de gente revolviendo redes, cargando cebos y preparando pertrechos. Ahora, lo único que a esas horas se mueve cerca de la dársena son los barcos que allí están fondeados. Y eso si hay viento para mecerlos.
En una localidad en la que el 47,2% de población activa depende de la pesca, el desastre del Prestige amenaza con descalabrar todo un municipio en el que las únicas alternativas son la construcción, la hostelería o la indeseada emigración: «Aquí, se sabes poñer ladrillos, safas; se te apañas servindo copas, tamén; pero como sexas enseñeiro lévala clara», dice Víctor Martínez. A sus 31 años, este fisterrán hace ahora algo impensable cien días atrás: desayunar churros con café con leche en un bar a las diez de la mañana. Antes de que el Prestige decidiese poner fin a su peregrinaje errático y pararse a descansar en el fondo de las aguas gallegas, Víctor zarpaba a las cuatro de la madrugada en el barco de su hermano para calar o recoger nasas. Ahora, su único cometido es estar pendiente del móvil por si le reclaman para participar en la lucha contra el fuel. Cobra los 1.200 euros de ayuda al mes, y 39 euros cada vez que es reclutado para plantar cara al chapapote, pero eso sólo «da para ir tirando», porque este año no ha habido extra de Navidad, al fallar esa campaña que suele proporcionar a los marineros un tercio de sus ingresos de todo el año y, por tanto, no han podido guardar o das risas para as choras.
La vista puesta en mayo
Víctor Martínez calcula que hasta mayo no se abrirá la prohibición de pescar. Y tiene claro que seguirá siendo marinero. «Se eiquí non se ganan cartos, haberá que ir para o Gran Sol. É a única alternativa que hai antes de coller a maletiña», explica al especular sobre su futuro.
Víctor desayuna en un bar que lleva el nombre de una de las muescas históricas que se labró Fisterra como punto más próximo a una autopista marítima por la que se pasean día tras día las más variadas mercancías: O Casón. Y es que, con el Prestige, los fisterráns han vuelto a revivir en parte aquella tragedia. Esta vez (al menos de momento) no han tenido que huir de sus hogares. Y las ayudas llegaron raudas y veloces. Pero, ahora como antes, recelan del mar. Mary, nombre ficticio de una armadora por vía matrimonial, sólo come el pescado que llega en las bodegas de uno de sus dos barcos: aquel que faena en el Gran Sol. De hecho, no le importa llevarse a la boca cualquier producto marino, siempre que tenga sobradas garantías de que no es gallego: «Lo siento, pero no me atrevo. Más adelante, ya veremos».
Sandra Marcote, otra asidua del bar O Casón, se declara «carnívora por excelencia», así que el pescado «ni antes, ni ahora». Pero fue peor lo del 87: «Ahora es sólo el pescado, pero cuando fue del Casón no tomábamos ni leche de las vacas del pueblo, ni huevos de casa… y el pollo de corral nunca nos supo mejor», rememora Sandra, que entonces estudiaba octavo de EGB y se quedó sin excursión de fin de curso. Sin embargo, esta propietaria de una asesoría sabe que las consecuencias del Prestige serán de más hondo calado. A pesar de que a título particular el desastre le ha traído momentáneamente una carga de trabajo inusual, «por eso de gestionar las ayudas económicas y preparar facturas para los marineros», es consciente de que, a la larga, saldrá afectada tanto su gestoría, como el turismo, como el comercio, como todas las actividades económicas de las que tira el motor que es la pesca.
Curiosa estampa
Poco después del desayuno, en el puerto de Fisterra se va formando una curiosa estampa. Un pescador jubilado acicala su gamela ante la desatenta mirada de decenas de marineros, unos en su misma situación y otros obligadamente ociosos. Niños que no llegan a la edad escolar asisten a las conversaciones sobre lo divino y lo humano que mantienen sus padres o abuelos, unos diálogos que quizás ellos mismos repetirán cuando hayan perdido el paraíso de la infancia. Hablan de todo un poco, pero el Prestige es uno de los temas más recurrentes. Que si la organización es pésima: «Paréceche normal que estemos tódolos días esperando a ver se chaman ou non chaman. Ou que manden ós voluntarios a limpar praias limpas. Ou que teñan a un xaponés en Corbeiro el só limpando as pedras. Ou que cobre o mesmo un mariñeiro solteiro que outro que ten catro fillos que manter», critican. Y eso que ahora la cosa ha mejorado, reconocen. «Eu estiven en Ribeira collendo chapapote coas mans, porque non había material. E eiquí, ata tivemos que mandar nós as horquillas ó ferreiro para que as torcera e as poidéramos usar para coller o chapapote», dice Germán Martínez, un marinero de 50 años, que se ha dejado 37 en el mar.
Mientras los pescadores de bajura se enzarzan en la polémica sobre el error o acierto de alejar el barco, José Antonio Prado pasa por delante de la conversación empujando el triciclo en el que su hijo se ahorra las energías del paseo. Es marinero, pero de la mercante, y se enteró del desastre en alta mar, por la televisión vasca. Prado está ahora en Fisterra de vacaciones y recupera el tiempo perdido de las mareas sin su niño. De paso, su mujer descansa de su trabajo de madre y ama de casa, el único empleo que pudo encontrar tras concluir su contrato como administrativa en Caixa Galicia. «Co neno, ¿que outra cousa podía facer? A gardería máis próxima está a doce quilómetros. Aparte, ¿qué oportunidades tería? Estamos na fin da terra, aquí non hai futuro», sentencia.
Más matriarcado que nunca
El naufragio del Prestige no ha logrado desterrar algunas de las tradiciones más arraigadas de Fisterra. La chiquita sigue siendo sagrada. Pero algo ha cambiado. Detrás de la barra del bar Gaviota, Manolo pone tazas de vino país a sus clientes. Antes de camarero fue marinero y por eso conversa como un igual con los asiduos. Él, como Manuel Jesús Ínsua, el propietario de O Casón, mantiene que el consumo en los bares no ha aumentado. Al menos, «gastar, gastan o mesmo». Ocurre que ahora el dinero para el chiquiteo está más controlado. Acostumbrado a recibir un sueldo variable a la semana, el marinero no sabía hasta ahora lo que es cobrar cada mes una cantidad fija que la mujer, por tradición administradora, conoce a la perfección. Así es como el Prestige ha acentuado en Fisterra un matriarcado ancestralmente arraigado en la Galicia marinera. «Cando cobraban á semana podían facer forras; agora están máis controlados pola muller e non poden escapar», lo dice un cliente del Gaviota que desde hace tiempo sufrió el cambio en sus carnes, cuando dejó de tener salario para recibir su pensión.
La mujer también ha tenido que hacer un esfuerzo para adaptarse a la nueva situación. La persona con la que convivía dos o tres horas al día ha pasado a ser un asiduo del hogar. Aunque los ingresos no son los mismos, Ángeles Pampín está encantada de tener casi todo el día a su marido y a su hijo en casa: «Mentres duren as axudas é como ter unhas vacacións pagadas. O problema é o futuro, non saber qué vai pasar, se comprarán peixe, se tirarán os precios… Eso é o peor». Pero, por ahora, está feliz y ni siquiera le importó sacrificar la mariscada con la que celebró los 36 años por las gambas congeladas con las que el lunes se homenajeó los 37. Niela León comparte con Ángeles esa alegría de tener a su marido en casa, pero también sufre con su tedio: «Non sabe en que empregar o tempo. Ó principio aínda ía armar redes, pero agora, despois de tres meses sin pescar, non hai aparellos rotos que arranxar. El xa di: ¡Niela, teño que buscar un pasatempo, porque así non me dou!». También Niela ha tenido que cambiar hábitos en su tarea de administradora. Ni siquiera la comida es la misma. Acostumbrados al pescado fresco, el ultracongelado no satisface al paladar y, por eso, el principal ingrediente del menú son la carne, las verduras y, sobre todo, el pollo, que se ha eregido en rey. Gonzalo Aba, carnicero del supermercado Froiz, ha sido testigo directo del cambio en la alimentación de Fisterra: «La venta de pollo se ha duplicado. A la semana vendemos ocho cajas de 17 kilos y, sin embargo, bajó un poco la venta de ternera». Eso sirve como prueba de lo que dice Niela León, que las ayudas no son ni la mitad de lo que se ganaba y que «moi ben a cousa non che está».
Ayudas y economía sumergida
Quienes disfrutan de las ayudas de la Administración van capeando el temporal, sobreviviendo a pesar de la merma de ingresos. Pero Fisterra no es ajena al fenómeno de la economía sumergida. Son los jubilados, acostumbrados a completar sus exiguas pensiones con las capturas hechas desde sus pequeñas embarcaciones; los furtivos que, sin posibilidad de acceder al ansiado pérmex, sacaban una renta hurtando unos cuantos percebes y centollas a los legales; o los drogadictos, que podían pagarse su dosis con la riqueza del mar de Fisterra, quienes lo están pasando peor. Así lo cree Eduardo García, director de la oficina que Caixa Galicia tiene en la localidad marinera, que asegura carecer de información en la sucursal sobre los créditos blandos que el Gobierno prometió a los afectados por la marea negra. «Se alguén ven a preguntar, consultaremos á central, pero, de momento, nós non temos noticias sobre eses préstamos», sentencia.
La ausencia de pescado autóctono, aparte de disparar las ventas de productos congelados en el Froiz, ha hecho de la lonja un coto privado de los militares que trabajan en la limpieza de playas y provoca que lunes como el pasado los puestos del pescado de la plaza estuviesen desiertos. «Mañán (por el martes) ven Benedicto dende A Coruña con peixe do Gran Sol». Pero ese producto no sirve de nada a Desiderio Nemiña, propietario del Semáforo que antaño regulaba el paso por el fin de la tierra y que hoy se ha reconvertido en un complejo turístico y hostelero. De momento, la debacle no ha sido demasiado acentuada, pero está claro que, si siguen así las cosas, no podrá dar a sus clientes lo que habitualmente van buscado a su local: «A xente que ven a Fisterra ven comer centolas ou a darse unha mariscada e está claro que iso, agora, non llo podemos dar. E para comer peixe do Gran Sol non se fan 200 quilómetros ata Fisterra, váise a Vigo ou a A Coruña».
La guerra diaria
La lucha contra el fuel ha creado una rutina casi militar en Fisterra. Cada día, a las ocho de la mañana, cuatro barcos parten del puerto fisterrán para sondear las líneas enemigas. Son la avanzadilla del pelotón de ataque. En la dársena, otros 20 barcos componen un retén que espera órdenes por si se precisan refuerzos. Hoy se necesitan. Y muchos. Una enorme mancha amenaza de nuevo con tomar Mar de Fóra y la playa de O Rostro y las embarcaciones han salido al ataque en tropel, armados con esas horquillas del campo adaptadas ex profeso a las peculiaridades que requiere este inusual combate bélico en el mar. Pedro Canosa, marinero, patrón y armador, acaba de llegar al puerto en el Coral V. Pedro y sus compañeros acaban de dejar en el muelle siete contenedores repletos de chapapote y la prueba negra la tiene en sus manos, manos de escalvo como dice él, manos fuertes, poderosas, curtidas de tanto acariciar redes y cabos, grandes, tan grandes como la impotencia que siente: «Hai petróleo para rato. Non hai tanta cantidade coma antes, pero aínda queda moito no mar».
Fisterra ya no es la que era. El Prestige lo cambió todo. Su carga envenenada dañó la aorta de su economía y, desde entonces, el corazón de la Costa da Morte late con un bypass que, además, corre el riesgo de atascarse por la permanente angustia en que vive ante el temor a que le quiten esa asistencia. «Mentres dean as axudas, eiquí non cambiará nada», dicen los fisterráns. Pero saben que no es así, que el barco que duerme allende las 120 millas ha cambiado todos los biorritmos de Fisterra. Ya no vive, ni come, ni disfruta como antes.