Falta el compromiso de las administraciones con esta tierra

octubre 19, 2009 by  
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Excelentísimo señor Alcalde, Ilustres membros da Corporación Municipal, Autoridades, Estimados amigos, Querido pobo de Muxía:

A fonda emoción que hoxe sinto ao verme vencellado desta maneira imborrable a Muxía resúltame indescritible. Para unha persoa afeita ás responsabilidades, e, por tanto, ás incomprensións e as críticas, convértese en práctica constante manter a cabeza fría e os sentimentos embridados. Pero hoxe resúltame imposible sustraerme ao ditado do corazón ou dominar a alegría que me produce este acto.

Sexan, pois, as miñas primeiras palabras de agradecemento e de gozo.

De agradecemento a todos vostedes; pero en especial ao alcalde, Alberto Blanco, e a todos os membros da Corporación Municipal, por teren visto en min motivos -coido que insuficientes- para ser obxecto deste alto honor, como é unir para sempre á historia senlleira de Muxía o nome dun preocupado editor que só aspira, sinceramente, a ser un galego cabal.

E de gozo, porque na miña vida persoal difícilmente podo atopar lembranzas máis fermosas e entrañables que as que unen os anos da miña mocedade á vila máis impresionante desta beira do Atlántico.

Decía el poeta Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia. Yo me atrevería a añadir a esa genial definición otra etapa crucial en la vida de las personas: la juventud. Si así fuese, hoy que me acogéis tan magnánimamente como Hijo Adoptivo, debo decir sin exagerar ni un milímetro que una de mis patrias es Muxía.

Aquí estaba la casa de mis tíos abuelos Germán y Aquilina, aquí pasaban largas temporadas mis padres con mi tía abuela Teófila, y aquí disfrutaba yo los veranos, empapándome de salitre y de la sabiduría esencial de la gente del mar.

Aquí también forjé amistades juveniles, que hoy tengo la alegría de rememorar y el placer de recuperar. Reviven en mí como si no hubiese pasado el tiempo, porque son tan permanentes y duraderas como la Pedra de Abalar. Como ella, pueden sufrir los avatares del silencio o de los temporales, pero siempre se recomponen y siempre reconfortan, porque están hechas de autenticidad.

En muchos aspectos, la Muxía que yo recorrí y habité en mis años juveniles es la misma que hoy nos acoge. En otros aspectos, evidentemente, no.

Ya no es posible correr por la arena de la Ribeira do Capitán, pero aún podemos sentir el magnetismo granítico del monte Corpiño, que cantó como nadie el gran poeta de Muxía, Gonzalo López Abente: «Penedos, altos penedos do Corpiño vixiante, sodes como o meu amor, tristes, barudos e grandes». Ya no es frecuente ver el mar entrando en las casas del Coído o del Malecón, pero, a cambio, el progreso se ha llevado una parte del encanto y de la funcionalidad de aquel urbanismo esencial, pensado para convertir en un lugar acogedor el entorno más batido por los vientos y los temporales atlánticos.

Creo que esos dos conceptos -progreso y adaptación al medio- no pueden ni deben olvidarse en Muxía. El primero, porque es absolutamente necesario para dar continuidad a esta tierra y prosperidad a sus generaciones; y el segundo, porque ningún progreso y ninguna continuidad son posibles si se contradice la naturaleza.

Sabemos muy bien qué sucede cuando se rompe ese principio.

Pero es que, además, el progreso y la capacidad de adaptación al medio sin destruirlo son los rasgos más emblemáticos de la personalidad marinera, que tiene su quintaesencia en los muxiáns.

Creo, con muchos sabios y poetas, que ha sido la naturaleza -con su generosidad y con su exigencia- la que ha conformado el inconformista carácter de Muxía. Jamás los muxiáns se dieron por vencidos y nunca se rindieron ni se arredraron ante los peligros y las dificultades del mar y de la vida.

Cuando el Atlántico fue generoso, no se limitaron a aprovechar el momento, sino que innovaron en medios, con los barcos mejor preparados; en recursos y productos, con fábricas y secaderos, y en métodos de trabajo comunitarios, con asociaciones solidarias que exploraban y compartían caladeros. Y cuando el invierno mantenía la flota al abrigo, aparecían en las rocas los percebeiros: hombres y mujeres de Muxía que son, si cabe, el mayor símbolo del esfuerzo, el arrojo, el riesgo, la destreza y el espíritu emprendedor.

Los muxiáns han cultivado siempre esas virtudes. Y las han exportado cuando tuvieron que salir lejos, por las rutas del mar o de la tierra, en busca de un futuro para sus hijos.

Hoy, lamentablemente, son sus hijos los que tienen que irse lejos porque no encuentran aquí las oportunidades a que tienen derecho. Según las últimas estadísticas, Muxía viene perdiendo población progresiva e ininterrumpidamente desde 1995. Lejos está aquel año de 1989 en que aparecían censados en el municipio 7.143 personas. Hoy sólo se incluyen en el padrón 5.746, y la cifra sigue descendiendo.

Mientras, suben otras. Por ejemplo, la emigración de los jóvenes gallegos. Sólo en el año 2005 cambiaron su residencia de Galicia a Canarias 3.477 personas, y otros 888 gallegos se fueron a las Baleares.

Como gallego, como editor y ahora como muxián adoptivo, sólo puedo decir que es necesario parar esta sangría. Y para detenerla es imprescindible, naturalmente, el concurso de todos; pero muy específicamente la voluntad de las Administraciones Públicas, porque de ellas -y especialmente de la Xunta- dependen dos cuestiones básicas: la formación de nuestros jóvenes y el estímulo a la inversión y a las iniciativas emprendedoras.

Lamentablemente, nada de esto hemos visto en los últimos años, y mucho menos desde que esta tierra fue inútilmente sacrificada por los estragos del Prestige. Lo único que ha aumentado desde entonces, como constata el Instituto Nacional de Estadística, es la pérdida de población.

Y, si se quiere, también han aumentado las promesas incumplidas.

Fue necesaria la mala conciencia de los gobernantes tras los desastres causados a esta tierra para que el Consejo de Ministros reunido en A Coruña en enero del 2003 hiciese parcas promesas a los que más sufrieron las consecuencias de la catástrofe. No sólo se han incumplido los principales compromisos de la Administración, como el Parador de Turismo, paralizado por la indolencia de la burocracia y la falta de voluntad política, sino que se han impedido o boicoteado otras iniciativas de tipo empresarial que buscaban dar cauces de desarrollo a la zona.

No hará falta que me refiera con demasiadas explicaciones a los despropósitos que se han ido cometiendo hasta frustrar la iniciativa impulsada por Pescanova.

Cuando los periodistas preguntamos, cuando hablan los expertos, cuando escuchamos a los hombres públicos verdaderamente comprometidos con sus ciudadanos, oímos indefectiblemente que el futuro de la Costa da Morte tiene que edificarse sobre una columna vertebral: el mar. Y crecer armónicamente aprovechando y desarrollando tres potencialidades: la maravilla de su paisaje, la bondad de su riqueza natural y la calidad de sus gentes.

Su portentoso paisaje, con la costa más agreste del litoral, llena de magia y magnetismo en la punta da Barca o en la furna da Buserana, es la materia prima del turismo. Estoy seguro de que cuanto más crecen y se masifican las ciudades, más anhela el espíritu humano el reencuentro con la naturaleza, el aire lleno de salitre del Camiño da Pel o el abrigo cálido de Area Maior.

Pero para que el turismo sea una fuente de vida es necesario cuidar la naturaleza como el valor inapreciable que es. Por eso, desde las páginas de La Voz de Galicia nos empeñamos en abanderar el desarrollo del turismo, cómodo y del siglo XXI, pero en perfecta relación con la naturaleza. Por eso, también, luchamos desde hace años contra el feísmo y contra la desmedida invasión urbanística de la costa, y nos oponemos a quienes sólo buscan el enriquecimiento rápido. Todos estamos de acuerdo con el desarrollo. Por eso es necesario frenar a los que con tanta perspicacia lanzan el anzuelo diciendo: «Venga usted a vivir al paraíso», al tiempo que se encargan de destruirlo.

Poner coto a este despropósito y defender en sus términos razonables las leyes de protección de la costa son deberes que todos debiéramos asumir. Ojalá lo tuviesen claro los poderes públicos y sustituyesen sus actuales titubeos en la materia por una norma clara y una voluntad decidida de dotar a Galicia de una personalidad urbanística propia.

Ni el exceso de proteccionismo, que ve en cualquier iniciativa un problema, ni la política del todo vale que se ha venido practicando hasta ahora pueden aportar vitalidad a la costa.

Hacen falta planificación y consenso, pero ninguna de las dos cosas parecen estar hoy al alcance de nuestra clase política, más pendiente del electoralismo, de la carrera por la imagen, de las obras fastuosas y de sus propias luchas internas.

Cualquier productor de Europa desearía darle el apellido de Muxía a sus nécoras o a sus rodaballos. Y, sin embargo, la flota languidece y las industrias de transformación están prácticamente desaparecidas.

Para un observador minucioso, no resulta fácil de entender este contrasentido. Una materia prima de calidad irrebatible y unos precios en el mercado más que competitivos no se ven acompasados por una actividad en crecimiento, sino en retroceso.

Quizá, como dicen algunos biólogos, ese retroceso sea consecuencia de la sobreexplotación, o de desajustes estructurales en el mercado. Pero, en todo caso, creo sinceramente que esa situación no se corresponde ni con la riqueza natural del mar de Muxía ni con el carácter emprendedor de sus gentes.

Quiero ofreceros desde este momento mi compromiso como editor para ayudaros a conseguir que Muxía, con los pueblos vecinos de la Costa da Morte, se convierta en la clave de referencia de la pesca selectiva de calidad, con una denominación de origen tan prestigiosa como la que han conseguido ya algunos vinos y productos de Galicia.

Y, dado que la evolución natural de la pesca masiva es la acuicultura, quiero brindaros también mi apoyo para que Muxía no sólo consolide su papel pionero en la instalación de parques de producción, sino que luche por convertirse en la capital de una actividad que tendrá un enorme desarrollo en el futuro y terminará convirtiéndose en unos de los grandes campos de acción del sector alimentario.

Tenemos la materia prima. Sólo hace falta sumar el apoyo decidido de la sociedad y de sus dirigentes. En todo caso, es aquí, en la voluntad social y en la voluntad política donde puede que hayamos encontrado algunas fallas y dado más de un tropezón.

Como editor de un diario que desde hace 125 años quiere hacer honor a su título y ser y recoger la voz de Galicia -La Voz de Galicia-, no puedo mirar hacia otro lado o regodearme en la complacencia, porque faltaría al espíritu que debe alumbrar un buen periódico: ser la conciencia crítica del poder. De cualquier poder.

Ya he dicho en más de una ocasión que yo no hago periódicos para que me quieran. Hago el periódico porque quiero a Galicia. Y sólo me debo a mis lectores.

La Voz lo demostró cuando la catástrofe del Prestige tiñó de negro este pueblo. Continúa demostrándolo hoy, ante la falta de compromiso de las administraciones públicas con esta tierra. Y me enorgullece decir que lo hace desde una serena posición de independencia. Esté quien esté en el poder y guste o disguste a unos o a otros.

Cuatro años después de aquellas promesas incumplidas -tomadas, nada menos, que en la mesa de un Consejo de Ministros, que no es lo mismo que en un mitin político- las páginas de La Voz siguen chequeando periódicamente los posibles avances (mejor sería decir retrocesos) en cuestiones que resultan vitales para Galicia.

Basta con repasar la hemeroteca de los últimos días para comprender que los problemas y los desaires no acaban ahí. Muxía tiene la experiencia de perder una valiosa inversión de Pescanova; Ferrol, de ser condenada a la ociosidad de la antigua Astano, pese a haber mercado, proyectos y cualidades para sostener allí un gran centro de construcción naval civil. Grandes empresas de diversos sectores industriales penden de un hilo y ya hablan de deslocalización. Y, por si fuera poco, esta semana estamos asistiendo al cerrojazo inexplicable que se quiere imponer a la planta de gas de Reganosa, con restricciones apriorísticas que comprometen su viabilidad antes de que inicie su ciclo productivo.

Con este panorama, más los incendios, las inundaciones que tanto afectaron a nuestros queridos vecinos de Cee, y otras calamidades -algunas de ellas de origen exclusivamente político- resultaría impropio de un periódico libre y comprometido soslayar los problemas y las dificultades que Galicia se encuentra cada día en el camino.

En todo caso, como editor, creo que es mi obligación.

Lo hago con gusto y con devoción, aunque no puedo negar que, a veces, tiene su coste.

Por eso, acostumbrado ya a las incomprensiones que entraña por necesidad mi cargo, hoy son mucho mayores el gozo y el agradecimiento cuando veo que la corporación municipal de Muxía, por unanimidad de todos sus miembros, me distingue como Hijo Adoptivo y perpetúa mi nombre en una plaza acogedora y entrañable que permanece grabada en mi alma desde mi juventud.

Creo saber bien lo que eso significa, porque pocos lugares como Muxía hicieron correr tanto la inspiración de los poetas y los escritores. Desde Rosalía, que vivió y cantó como nadie en 226 versos la Romería da Barca, a Federico García Lorca, que dedicó a Muxía uno de sus seis poemas en gallego. Recuerdo la cita que hace Murguía de su viaje a esta preciosa villa en Los Precursores (por cierto, el primer libro que reedité en facsímil cuando en 1975 me hice cargo de la nueva etapa de la Biblioteca Gallega). Y recuerdo a muchos otros, como el ourensano Ángel Valente, que tituló una de sus breves y magistrales piezas Mar de Muxía. Pero, sobre todo, nos quedan las palabras de nuestro poeta universal, Gonzalo López Abente, que definió como nadie el carácter y el sentimiento de esta tierra.

Ese carácter y ese sentimiento son los que me han mantenido unido siempre a Muxía, desde aquellos días en que disfrutaba aquí con mis hermanos y mis primos, entre la casa de mi tía abuela Teófila, en el Cabo da Vila, y la de Germán y Aquilina, que mi familia y yo heredamos y donamos con todo cariño al Ayuntamiento para que la convirtiese en la magnífica casa de cultura que hoy disfruta todo el pueblo.

Ese sentimiento de unión con Muxía, que no se había apagado nunca, revivió nítidamente en mí el pasado 25 de octubre, cuando celebramos aquí el primer consejo de administración de La Voz de Galicia que se convocó fuera de su sede central.

Y este sentimiento llega hoy a su máxima expansión con la distinción que con tanta generosidad me habéis otorgado.

Recibide, señor alcalde, señores membros da Corporación, pobo todo de Muxía, o agradecemento e o recoñecemento a perpetuidade deste voso amigo que se enorgullece de ser, abofé e para sempre, un leal e entregado muxián.

Moitas grazas.

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