En una caseta de armadores del puerto de Malpica tiene su sede la asociación O Fieital. Allí las socias llevan días sin parar de fabricar palangres. Con estos aparejos pescan barcos españoles, italianos, portugueses y también africanos.
Las compañeras que se dedican a las redes de cerco no pueden exportar su trabajo. Son solo cinco y están tan demandadas que se pasan la vida de puerto en puerto. Un día están en Camariñas y al siguiente, en Ares. Ellas son las únicas que pueden vivir de su oficio. Cobran 50 euros por jornada y trabajo no les falta en Galicia.
En Corme, las socias de la entidad Illa da Estrela se han dejado las manos haciendo rascos, que ya están utilizando barcos franceses. Ahora fabrican volantillas para armadores locales.
La profesionalización de las artesanas de la Costa da Morte les ha abierto nuevos mercados a través de empresas de efectos navales gallegas y extranjeras. En España, la mayor parte de la labor de las especialistas en palangre va para Burela. El resto se lo llevan los buques de Pasajes, en el País Vasco. La exportación se realiza a través de Portugal. João Cadilhe tiene una empresa en Viana do Castelo que distribuye artes de pesca por varios continentes. En África trabajan para Marruecos, Cabo Verde y Angola, y en Europa venden para Italia y también para Portugal, pero en el país vecino no hay muchos barcos que vayan al pincho.
João Cadilhe reconoce que en su país no hay artesanas que sepan montar palangres, por lo que debe recurrir a las gallegas. La calidad de su trabajo es tal que tienen lista de espera. Ángeles Mille, presidenta de O Fieital, reconoce que el límite de la producción lo marca «o corpo e o que dan as mans». Un día puede colocar mil anzuelos giratorios pero al siguiente ha de trabajar más lento para ofrecer calidad. Por eso han establecido un ritmo de trabajo que incluye paradas para descansar.
Nueve personas se han especializado en elaborar estas artes y hacen unas 200 a la semana a gusto del consumidor. En cada aparejo pueden poner entre 20 y 400 palangres giratorios. En elaborar uno de 100 tardan una hora y por la pieza cobran 4,5 euros. No es mucho, pero sí más del doble de cuando empezaron. De hecho, en Malpica hay mujeres que en sus casas, sin estar dadas de alta, montan estos aparejos por solo 2,5 euros.
La profesionalización de las rederas, muchas de las cuales están en la federación O Peirao, que preside la cormelana, Rosa Rodríguez Vidal, surgió con la marea negra del Prestige. Hasta ese momento estas mujeres estaban aisladas en sus casas. Aprendieron el oficio de sus madres cuando eran niñas y trabajaban por lo que les ofrecían los armadores o por nada si el encargo era del padre o del marido. Ahora hay casi 200 atadoras legalizadas en Galicia, más del doble las que están dadas de alta en el resto de España. Su empeño es hacer visible un trabajo del que quieren llegar a vivir, pero que se enfrenta a un alto nivel de intrusismo. A pesar de eso, tanto a nivel nacional como internacional se reconoce su profesionalidad.
Una señora de Vigo le puso una vela a un santo. Y acabaron desalojando todo el edificio debido a un incendio. Algo parecido le ha ocurrido al Gobierno español. Ofreció en el altar de los mercados un cirio pascual, un recorte extra de 10.000 millones en educación y sanidad. Como el que se arrodilla ante la Virgen. Pero arden los mercados. Esa especie de deidad que necesita regularmente sacrificios humanos. Un ente infalible y que amenaza con nuevas plagas. Un dios del castigo. Pero son juez y parte. Detrás hay fondos de riesgo, especuladores intentando ganar dinero a toda costa, capaces de hundir un país con tal de engordar números, y un río de medianos y pequeños inversores que siguen a los tiburones en busca de migajas. A los Gobiernos se les presuponía la voluntad política y los instrumentos legales para marcarles el paso. Pero funciona al revés. Ciertos Estados son sometidos a una constante prueba de estrés como si fueran objeto de un experimento científico que buscara el límite de la población en el Viejo Continente, el lugar en el que mejor se vive. Recientemente, en un canal de televisión, un presunto millonario decía que los españoles tenían que «ponerse las pilas». A continuación, detallaba su jornada diaria. Levantarse, seguir la evolución de los mercados, navegar por Internet, ir a clases de golf, comer en un restaurante de diseño, darse un capricho en una pastelería… Ahí están también los mercados. Otros, que trabajaron toda su vida y nunca dejaron a deber ni un café, esperan a la jubilación en el paro. Mientras Europa permita que sus ciudadanos sirvan de carroña para los especuladores no habrá paz para los mercados.
Fuente: http://www.lavozdegalicia.es
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